En el fino bigote parecen bailar las corcheas de un sentimiento canyengue. Deambulan con prisa en los anteojos las pulsiones de la bohemia, sentada con las piernas cruzadas, en la mesa de un cabaret. Sueños alborotados de grelas acunadas por el desvelo. Ecos de un responso de barrio se deslizan por los dedos. Una marcada obsesión crepita sobre el teclado. Agita tenazmente urgencias. Como si el amor se escapara por las hendijas de la nada. Encrespado y renegrido, el pelo mira concentrado a su ladero. Su piano le estira la mano.
La melodía canta ahora en las cuerdas de la guitarra. Los ojos de gordo bueno, sin perder la compostura, suspenden el pestañeo para que respire por un instante el tango. Se cuela al vértigo que se desboca en el teclado. Cataratas de semicorcheas y fusas se escabullen enloquecidas.
Todo anverso busca el reverso. “Tiene una historia pintoresca y desvinculada la parte musical en sí, puesto que está basado en una idea, que parte de una frase que dice uno de los personajes de la ópera de Rossini, “El barbero de Sevilla”. En un momento dado dice refiriéndose a la calumnia, ese era el tema: “va corriendo por la oreja de la gente”, la calumnia se va infiltrando. Sobre esta idea de palabras literarias, no musical de la ópera, tomé la idea de componer un tema musical que empezara de a poco, como quien dice, y que se fuera infiltrando, y así comienza el tango”, explica.
Un hormigueo de estrellas se le posa en la frente al troesma. Los lentes del pianista canturrean la obstinación que acelera a fondo los latidos. El ladero no se achica. El arrebato musical parpadea frenético en la guitarra de Ubaldo De Lío, que despliega las alas de ángel corpulento con naturalidad. El esbelto bigote zarandea el tango en el alma del tiempo. Esa tarde de hace 30 años, en el porteño auditorio de las Galerías Pacífico, con José Ricardo Rocha, maestro de periodistas, sentimos que a la vida como al bienbec, había que beberlos “A fuego lento” del corazón de Horacio Salgán.